El pasado sábado el enviado por sus majestades los Reyes de Oriente, emprendió un camino hasta el castillo de los sueños y las ilusiones. Muy cerca de donde habita la Esperanza. Llevaba una misión muy concreta, recoger las cartas que todos los niños y niñas tenían preparadas para ellos. Seguro cargadas de sueños y de ilusiones. El emisario de sus majestades cruzó la ciudad más hermosa del mundo, como a Él le gusta llamarla. Todas las habitaciones fueron visitadas por él, para que ninguno de ellos se quedara sin entregar su carta.

Pero el cartero real de las Hermandades del Viernes de Dolores y el Sábado de Pasión, llevaba otro encargo. Desde una capilla, la Virgen con la Gracia más Divina de la ciudad, le había dado un pañuelo con un mensaje. Que cada uno de ellos posara sus labios, sus manos o sus mejillas sobre el. Ese pañuelo, que cuando ella recorre las calles de la ciudad por primavera, va recogiendo los rezos, las súplicas y las oraciones de todos los que salen a su encuentro, en esa mañana recogería los sueños y las ilusiones de los pequeños. Ese pañuelo que llevaba un compromiso, que cuando volviera a posar el pañuelo en sus manos, ninguno de esos niños estuvieran en ese castillo. Que los vería en las calles de su Reino. Y para cumplir con el encargo, el cartero fue llevando de niño en niño el pañuelo de las ilusiones.

Ese mismo pañuelo que ya ha vuelto a la capilla. No a sus manos, sino a su corazón. Donde no se ve pero se siente. Muy cerca de donde late el alma de esta Reina. Que desde su pequeño castillo ya sueña y custodia a sus niños del castillo universitario Virgen Macarena.
Hoy la Virgen tiene lágrimas de alegría por cada uno de ellos. Una sonrisa distinta, una mirada que describe un universo… Porque de nuevo tiene consigo el pañuelo de las ilusiones.

Fotografías gentileza de N.H.D. Diego Borrego Gómez y de D. Juan Alberto García Acebedo